Niagara
translated from the Spanish by Thatcher Taylor Payne and William Cullen Bryant
My lyre! give me my lyre! my bosom feels
The glow of inspiration. Oh how long
Have I been left in darkness since this light
Last visited my brow. Niagara!
Thou with thy rushing waters dost restore
The heavenly gift that sorrow took away.
Tremendous torrent! for an instant hush
The terrors of thy voice and cast aside
Those wide involving shadows, that my eyes
May see the fearful beauty of thy face!
I am not all unworthy of thy sight,
For from my very boyhood have I loved,
Shunning the meaner track of common minds,
To look on nature in her loftier moods.
At the fierce rushing of the hurricane,
At the near bursting of the thunderbolt
I have been touched with joy; and when the sea,
Lashed by the wind, hath rocked my bark and showed
Its yawning caves beneath me, I have loved
Its dangers and the wrath of elements.
But never yet the madness of the sea
Hath moved me as thy grandeur moves me now.
Thou flowest on in quiet, till thy waves
Grow broken ’midst the rocks; thy current then
Shoots onward like the irresistible course
Of destiny. Ah, terribly they rage—
The hoarse and rapid whirlpools there! My brain
Grows wild, my senses wander, as I gaze
Upon the hurrying waters, and my sight
Vainly would follow, as toward the verge
Sweeps the wide torrent-waves innumerable
Meet there and madden—waves innumerable
Urge on and overtake the waves before,
And disappear in thunder and in foam.
They reach they leap the barrier—the abyss
Swallows insatiable the sinking waves.
A thousand rainbows arch them, and woods
Are deafened with the roar. The violent shock
Shatters to vapor the descending sheets—
A cloudy whirlwind fills the gulf, and heaves
The mighty pyramid of circling mist
To heaven. The solitary hunter near
Pauses with terror in the forest shades.
What seeks my restless eye? Why are not here,
About the jaws of this abyss, the palms—
Ah—the delicious palms, that on the plains
Of my own native Cuba, spring and spread
Their thickly foliaged summits to the sun,
And, in the breathings of the ocean air,
Wave soft beneath the heaven’s unspotted blue.
But no, Niagara, thy forest pines.
Are fitter coronal for thee. The palm,
The effeminate myrtle, and frail rose may grow
In gardens, and give out their fragrance there,
Unmanning him who breathes it. Thine it is
To do a nobler office. Generous minds
Behold thee, and are moved, and learn to rise
Above earth’s frivolous pleasures; they partake
Thy grandeur at the utterance of thy name.
God of all truth! In other lands I’ve seen
Lying philosophers, blaspheming men,
Questioners of thy mysteries, that draw
Their fellows deep into impiety,
And therefore doth my spirit seek thy face
In earth’s majestic solitudes. Even here
My heart doth open all itself to thee.
In this immensity of loneliness
I feel thy hand upon me. Το my ear
The eternal thunder of the cataract brings
Thy voice, and I am humbled as I hear.
Dread torrent! that with wonder and with fear
Dost overwhelm the soul of him that looks
Upon thee, and dost bear it from itself.
Whence hast thou thy beginning? Who supplies,
Age after age, thy unexhausted springs?
What power hath ordered, that, when all thy weight
Descends into the deep, the swollen waves
Rise not, and roll to overwhelm the earth?
The Lord hath opened his omnipotent hand,
Covered thy face with clouds, and given his voice
To thy down-rushing waters; he hath girt
Thy terrible forehead with his radiant bow.
I see thy never-resting waters run,
And I bethink me how the tide of time
Sweeps to eternity. So pass of man—
Pass, like a noon-day dream-the blossoming days,
And he awakes to sorrow. I, alas!
Feel that my youth is withered, and my brow
Ploughed early with the lines of grief and care.
Never have I so deeply felt as now
The hopeless solitude, the abandonment,
The anguish of a loveless life. Alas!
How can the impassioned, the unfrozen heart
Be happy without love. I would that one
Beautiful,—worthy to be loved and joined
In love with me,—now shared my lonely walk
On this tremendous brink. ’T were sweet to see
Her dear face touched with paleness, and become
More beautiful from fear, and overspread
With a faint smile while clinging to my side!
Dreams—dreams. I am an exile, and for me
There is no country and there is no love.
Hear, dread Niagara, my latest voice!
Yet a few years and the cold earth shall close
Over the bones of him who sings thee now
Thus feelingly. Would that this, my humble verse,
Might be like thee, immortal. I, meanwhile,
Cheerfully passing to the appointed rest,
Might raise my radiant forehead in the clouds
To listen to the echoes of my fame.
(1827)
Niágara
Templad mi lira, dádmela, que siento
en mi alma estremecida y agitada
arder la inspiracion. ¡Oh! ¡cuánto tiempo
en tinieblas pasó, sin que mi frente
brillase con su luz . . . ! Niágara undoso,
tu sublime terror solo podría
tornarme el don divino, que ensañada
me robó del dolor la mano impía.
Torrente prodigioso, calma, calla
tu trueno aterrador: disipa un tanto
las tinieblas que en torno te circundan,
déjame contemplar tu faz serena,
y de entusiasmo ardiente mi alma llena.
Yo digno soy de contemplarte: siempre
lo comun y mezquino desdeñando,
ansié por lo terrífico y sublime.
Al despeñarse el huracan furioso,
al retumbar sobre mi frente el rayo,
palpitando gozé: ví al Oceáno
azotado por austro proceloso,
combatir mi bajel, y ante mis plantas
vórtice hirviente abrir, y amé el peligro.
Mas del mar la fiereza
en mi alma no produjo
la profunda impresion que tu grandeza.
Sereno corres, magestoso; y luego
en ásperos peñascos quebrantado,
te abalanzas violento, arrebatado,
como el destino irresistible y ciego.
¿Qué voz humana describir podría
de la sirte rugiente
la aterradora faz? El alma mia
en vago pensamiento se confunde
al mirar esa férvida corriente,
que en vano quiere la turbada vista
en su vuelo seguir al borde oscuro
del precipicio altísimo: mil olas,
cual pensamiento rápidas pasando,
chocan, y se enfurecen,
y otras mil y otras mil ya las alcanzan,
y entre espuma y fragor desaparecen.
Ved! llegan, saltan! El abismo horrendo
devora los torrentes despeñados:
crúzanse en él mil íris, y asordados
vuelven los bosques el fragor tremendo.
En las rígidas peñas
rómpese el agua: vaporosa nube
con elástica fuerza
llena el abismo en torbellino, sube,
gira en torno, y al éter
luminosa pirámide levanta,
y por sobre los montes que le cercan
al solitario cazador espanta.
Mas ¿qué en tí busca mi anhelante vista
con inútil afan? ¿Porqué no miro
al rededor de tu caverna inmensa
las palmas ¡ay! las palmas deliciosas,
que en las llanuras de mi ardiente patria
nacen del sol á la sonrisa, y crecen,
y al soplo de las brisas del Oceano,
bajo un cielo purísimo se mecen?
Este recuerdo á mi pesar me viene.
Nada joh Niágara! falta á tu destino,
ni otra corona que el agreste pino
á tu terrible magestad conviene.
La palma, y mirto y delicada rosa,
muelle placer inspiren y ocio blando.
en frívolo jardin: á tí la suerte
guardó mas digno objeto, mas sublime.
El alma libre, generosa, fuerte,
viene, te vé, se asombra,
el mezquino deleite menosprecia,
y aun se siente elevar cuando te nombra.
Omnipotente Dios! En otros climas.
ví monstruos execrables,
blasfemando tu nombre sacrosanto,
sembrar error y fanatismo impío,
los campos inundar en sangre y llanto,
de hermanos atizar la infanda guerra,
y desolar frenéticos la tierra.
Vílos, y el pecho se inflamó á su vista
en grave indignacion. Por otra parte
ví mentidos filósofos, que osaban
escrutar tus misterios, ultrajarte,
y de impiedad al lamentable abismo
á los míseros hombres arrastraban.
Por eso te buscó mi débil mente
en la sublime soledad: ahora
entera se abre á tí; tu mano siente
en esta inmensidad que me circunda,
y tu profunda voz hiere mi seno
de este raudal en el eterno trueno.
Asombroso torrente!
¡Cómo tu vista el ánimo enagena,
y de terror y admiracion me llena!
¿Dó tu orígen está? ¿Quién fertiliza
por tantos siglos tu inexhausta fuente?
¿Qué poderosa mano
hace que al recibirte
no rebose en la tierra el Oceáno?
Abrió el Señor su mano omnipotente;
cubrió tu faz de nubes agitadas,
dió su voz á tus aguas despeñadas,
y ornó con su arco tu terrible frente.
Ciego, profundo, infatigable corres,
como el torrente oscuro de los siglos
en insondable eternidad . . . ! Al hombre
huyen así las ilusiones gratas,
los florecientes dias,
y despierta al dolor . . . ! ¡Ay! agostada
yace mi juventud, mi faz marchita,
y la profunda pena que me agita
ruga mi frente de dolor nublada.
Nunca tanto sentí como este dia
mi soledad y mísero abandono
y lamentable desamor . . . ¿Podría
en edad borrascosa
sin amor ser feliz . . . ? ¡Oh! ¡si una hermosa
mi cariño fijase,
y de este abismo al borde turbulento
mi vago pensamiento
y ardiente admiracion acompañase!
¡Cómo gozara, viéndola cubrirse
de leve palidez, y ser mas bella
en su dulce terror, y sonreírse
al sostenerla mis amantes brazos . . .
Delirios de virtud . . . ! ¡Ay! Desterrado,
sin patria, sin amores,
solo miro ante mí llanto y dolores.
Niágara poderoso!
Adios! adios! Dentro de pocos años
ya devorado habrá la tumba fria
á tu débil cantor. Duren mis versos
cual tu gloria inmortal! Pueda piadoso
viéndote algun viagero,
dar un suspiro á la memoria mia!
Y al abismarse Febo en occidente,
feliz yo vuele do el Señor me llama,
y al escuchar los ecos de mi fama,
alze en las nubes la radiosa frente.
(Junio de 1824.)
José María Heredia y Heredia, “Niágara”: Poesias de Don Jose Maria Heredia (Boston: Roe Lockwood & Son, 1858). “Niagara”: United States Review and Literary Gazette 2 (January 1827), translated by Thatcher Taylor Payne and William Cullen Bryant.